viernes, 11 de marzo de 2016

La Imaginación

En su lecho de muerte, una mujer joven hace jurar a su marido que no se comprometerá con ninguna otra mujer. «Si faltas a tu promesa, vendré en espíritu y no te dejaré vivir tranquilo.» El marido, al principio, mantiene su palabra, pero, al cabo de tres años, conoce a otra mujer y se enamora de ella.
Muy pronto empieza a aparecérsele un espíritu cada noche que le acusa de haber faltado a su juramento.

Para el hombre no hay duda de que se trata de un espíritu, pues el fantasma nocturno no sólo está informado de todo lo que pasa cada día entre él y su nueva amiga, sino que también conoce exactamente sus pensamientos, esperanzas y sentimientos. Como la situación se le hace insoportable, el hombre decide ir a pedir consejo a un maestro de zen.

«Vuestra primera mujer se ha convertido en espíritu y sabe todo lo que vos hacéis» le declara el maestro. «Todo lo que vos hacéis o decís, todo lo que dais a vuestra prometida, él lo sabe. Tiene que ser un espíritu muy sabio. En verdad, tendríais que admiraros de tal espíritu. Cuando se os aparezca de nuevo, haced un trato con él. Decidle que sabe tanto que vos no le podéis ocultar nada y que vais a romper vuestro compromiso, si puede contestaros a una sola pregunta».

« ¿Qué pregunta he de hacerle?», dice el hombre.
El maestro responde: «Tomad un buen puñado de guisantes y preguntadle por el número exacto de guisantes que tenéis en la mano. Si no os sabe responder, sabréis que el espíritu no es más que un producto de vuestra imaginación y ya no os molestará más».
Cuando a la noche siguiente apareció el espíritu de la mujer, el hombre lo aduló diciéndole que lo sabía todo.

«Efectivamente», respondió el espíritu, «y sé que hoy has ido a ver al maestro de zen».
«Y ya que sabes tanto», prosiguió el hombre, «dime cuántos guisantes tengo en la mano».
Y ya no hubo espíritu alguno para responder a esta pregunta.

Watzlawick